Luego me leía lo que escribía, eso sí nadie sabía; a veces dejaba ir dos o tres versos en los paneles de los baños de mujeres que después todo mundo lo copiaba en sus cartas de amor, de odio, de aburrimiento. Nadie nunca sospechó de ella, imaginaban que copiaba los mismos versos si algún día la llegaban a ver dándome una carta, sin embargo éstas contenían otras cosas, como las letras de canciones que escuchábamos; eso me indicaba que era esencial para ella y que no debía dejar de aprenderme la letra y amarla como ella lo hacía.
Un día me puso un preludio de Chopin pero no me preguntó que me parecía, esa vez ella se montó encima de mí y me hizo el amor con la delicadeza y tibieza de la brisa de esa primavera, al terminar se acostó a mi lado viendo hacia el techo, como si su mirada pudiese atravesarlo y mirar directo a las estrellas; al despedirse de mí esa noche el miedo de un adiós definitivo recorrió mi espalda, miré sus ojos miel esa última vez sin voltear camino a casa.
No me extrañó su ausencia en el árbol donde nos tomábamos de la mano para ir a escuchar música a su cuarto, no fui a buscarla a su casa, sólo quería ir me a mi cuarto y dormirme toda la tarde hasta entrada la noche...
1 comentario:
Otra vez el estúpido anónimo, no debería gastar mi tiempo contestando estupideces, sólo escribo para que conste. Y me vale madres, seas quien creo que eres piérdete.
Publicar un comentario